Sergio W. Tenis
Évariste Galois nació en 1811 pero se lo recuerda más por cómo —y cuándo— murió. Fue tan revolucionario que incluso las grandes mentes del momento tuvieron dificultades para descifrar sus teoremas, como le ocurre a P. Casado con las matemáticas de primaria. La mala fortuna, sus hormonas y el desamor lo empujaron un final prematuro que él mismo resumió en un grito desesperado: ¡no tengo tiempo!

La vida de Évariste Galois comenzaría a descarrilarse tras la trama política orquestada por un sacerdote para ridiculizar a su padre. El cura apoyaba a los borbones, parientes de nuestro conocido Juan Carlos (el de los escrúpulos cortos y los dedos largos). La humillación, entre otras cosas, conduciría al suicidio al padre de Évariste. Enardecido por el trágico momento, una noche de multitudinarios festejos revolucionarios se subió a la mesa —acto a evitar en el Oktoberfest— y ofreció un brindis fatal. Sus ojos brillaban insanamente, el viento cesó y el murmullo de la gente se convirtió en silencio. Elevó la copa, sacó una daga y se la dedicó por entero al rey Luis Felipe —este nombre también nos suena—. En vez de condecorarlo, las autoridades lo arrestaron y pasó casi un mes en el calabozo por la broma.
Por ese entonces acababa de cumplir 17 años y no daba pie con bola, pero tenía un as bajo la manga. Había terminado un artículo que cambiaría al mundo. Con él ganaría el Gran Premio de Matemáticas, obtendría el reconocimiento que se merecía y le demostraría a esa panda de idiotas su valía. Por supuesto, no podía arriesgarse a que el invaluable escrito cayera en manos equivocadas. Sólo podía confiárselo a alguien lo suficientemente brillante para que lo comprendiera y al mismo tiempo de una incorruptibilidad a prueba de coronas: Joseph Fourier.
Y sí, el gran Fourier era brillante, pero no muy saludable. Murió muy poco después de recibir la carta de Galois y el manuscrito se traspapeló y se perdió para siempre.

Évariste no daba crédito. Su paranoia se incrementó hasta tutearse con la locura. Convencido de que los borbones y la universidad (patrocinada por la monarquía) lo perseguían, deambulaba por las calles mascullando insultos, entraba a los mercados a buscar hombres honestos, escupía juramentos de venganza sin llevar puesta debidamente la mascarilla para prevenir la expansión del virus.
Volvió a amenazar al rey. Esta vez le cayeron 9 meses de cárcel. Tenía poco más de 19 años y se aproximaba su final.
La fatídica disputa tendría que ver con el amor de Stéphanie, a la que Galois había conocido poco antes. Decidieron —con su rival— resolverlo a lo gallito, mediante un duelo a muerte. A sabiendas de lo que podía ocurrir, Évariste se pasó toda la noche en vela redactando una especie de testamento matemático. En los márgenes del arrugado papel, lleno de fórmulas y garabatos, pueden todavía leerse varios gritos desesperados: “¡NO TENGO TIEMPO, NO TENGO TIEMPO!”.
Y no lo tuvo. Al día siguiente recibió un balazo que le reventó los intestinos y lo mantuvo agonizando durante unas 15 horas. Su hermano permaneció a su lado hasta el último suspiro: “no llores, necesito de todo mi coraje para morir a los veinte años”. Sus escasos escritos, posteriormente recopilados y estudiados, han servido para conseguir avances importantes en varios campos de la ciencia y su nombre ha quedado inmortalizado entre los próceres de las matemáticas.
La corta vida de Évariste resalta lo escaso que es el tiempo y a la vez demuestra una triste realidad, muy diferente a la que nos vende Disney. Los mayores baluartes morales —como la inteligencia y el amor— se desmoronan ante el odio, tan de moda en la tribuna política y a veces en la calle.
Nos quedan años por delante. Quizás sea hora de abandonar el bálsamo mezquino de la comodidad y arriesgarnos a perseguir nuestras pasiones. No para que nos maten sino lo contrario, para aprovechar el tiempo estrujando la vida hasta crear una joya maravillosa, brillante, eterna.
Aun así tuvo tiempo para demostrar que la cuadratura del círculo era imposible. O sea, que SOLO CON REGLA Y COMPÁS, esto es importante tenerlo en cuenta, no se puede construir un cuadrado de igual área a la de un círculo dado. La cuadratura del círculo trajo de cabeza a mentes muy brillantes durante siglos dando lugar a nuevos descubrimientos con su divagar en torno a este sencillo pero arduo problema.
Esta costumbre del genio griego de poner tareas matemáticas al personal en forma de problemas (la cuadratura del círculo, la trisección del ángulo, la duplicación del cubo etc), se mantuvo en el quehacer matemático, hasta el punto que Hilbert en 1900 enuncia los 23 problemas a resolver en el siglo.
Demostrar que un problema no tiene solución es resolverlo, eso hizo Galois. Dicen que dejó escrito
Muero por una infame coqueta
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