Agustín de Hipona
Aquella noche, Iván Redondela le estuvo dando vueltas a la cabeza sin parar. Tenía un enorme reto por delante, un auténtico desafío al que nunca se había enfrentado, aunque, a decir verdad, ninguno de los publicistas o asesores que pululaban alrededor de la clase política podía haberlo imaginado.

A punto de cumplir los tres meses del denominado Estado de Alarma, la gente estaba a punto de reventar. Los destrozos del indeseable bichito era mucho más de lo que se podía soportar. Además, todos ya sabían que había que salir a la calle con la mascarilla, que había que mantener las distancias y que convenía lavarse las manos de vez en cuando. No era necesario que se lo repitieran más veces.
Pero es que ya había algunos al borde del ataque de nervios. Se recordaban con nostalgia los días previos a la aparición del virus y se añoraban como una lejana etapa dorada, dado que se tiende a idealizar el pasado, olvidando la cantidad de putadas sufridas tiempo atrás.
Agotado, tras tomarse el último gin-tonic, Iván se metió en la cama esperando que el sueño viniera pronto en su ayuda. Se tomó una pastilla para dormir y, en efecto, la vecina del piso de al lado comenzó a notar sus aparatosos ronquidos.
No tardó en entrar en la fase REM, de modo que las imágenes y los eslóganes se amontonaban sin dar tregua en su cerebro. Así, podían aparecer carteles del camarada Mao blandiendo su libro rojo al tiempo que la multitud enfervorizada levantaba los brazos en alto como señal de su inmensa felicidad al seguir las directrices de su gran líder. O, saltando a otro continente, la figura de Milton Glaser diseñando su exitoso lema I Love NY, que tanta fama le dio a la ciudad de los rascacielos, si es que necesitara más fama. O retrocediendo hacia atrás, la de Joseph Goebbels diciéndole: “Miente, miente, miente mil veces sin problema… La gente se lo traga todo”.
Aquella noche se habían dado cita en sus sueños todos los eslóganes, todas las frases, todos anuncios, todas las estrategias persuasivas que había aprendido; pero que no le servían para el fin que él ahora buscaba.
Sin embargo, en uno de los momentos en los que parecía que iba a tirar la toalla, comenzó a asomar una imagen que la había visto multitud de veces. A medida que se le aproximaba empezó a distinguir un personaje delgaducho con sombrero alto, pelo y perilla blancos, con chaqueta azul que le miraba fijamente, al tiempo que le apuntaba con el dedo.
“¡¡No, no, por favor, yo no soy culpable de la pandemia que atenaza a este país tan cafre, en el que lo mismo tiran una cabra desde un campanario que lancean y asaetean a un toro hasta matarlo, al tiempo que el ‘héroe’ le corta los testículos y los exhibe en su lanza!! ¿No ves que estoy tremendamente agobiado buscando una frase que lo mismo sirva para que vengan esos ochenta millones de turistas que nos dan de comer o, en caso contrario, para que se vuelvan a meter a los viejos en la UCI o en un pabellón como el de la Ayuso?”
A medida que el personaje se le acercaba, Iván comenzó a escuchar: “I Want You… I Want You…”. En medio del sueño profundo, a Iván se le alumbró el piloto: “¡Ah, claro! Me estás diciendo: I Want You For U.S.Army, del exitoso cartel en el que tú apareces! Pero yo no puedo decirle a la gente que se meta en el Ejército. ¡Me asesinarían!”
Cuando ya distinguió con nitidez la frase se dio cuenta que había un cambio y que le estaba susurrando: “I Want You For The New Normality”.
En esos instantes, sudoroso, sobresaltado y con el corazón palpitándolo, se despertó. ¡Había tenido una auténtica revelación! ¡Ya tenía la tan codiciada frase! El lema que se le pondría a la etapa en la que se iba a entrar se llamaría ¡Nueva Normalidad!
Sin apenas esperar, tiró de las sábanas para acercar al móvil y llamó a su jefe para darle la gran noticia.
“¡Buenos días, Pedro! Perdona que te llame tan pronto, pero por fin he logrado una frase que es algo así como la cuadratura del círculo. ¡Atiende! Se llama… ¡Nueva Normalidad! ¿A que es fantástica? Date cuenta de que esas dos palabras mágicas levantarán los ánimos alicaídos del gentío creyendo que entra en algo distinto, en una especie de fase dorada; pero que si todo esto se derrumba y se va al carajo, de modo que hay que volver a meterlos en casa, se les dice que esa nueva normalidad es una especie de ensayo, una prueba, algo así como una especie de vacuna española hecha a lo bestia”.
Sin darle tiempo a que le respondieran, le insiste: “¿Verdad, Pedro, que soy un genio de la publicidad a la altura de James Montgomery Flagg, aquel americano que diseñó el tan conocido cartel del Tío Sam?”