Sergio W. Tenis
En pleno día, bajo un sol abrasador, Diógenes de Sínope encendía su candil y emprendía una infructuosa búsqueda de gente honesta, digna. Vagaba dejando a su paso una estela fétida —al contrario que Casado, no era muy amigo de los baños—, atravesaba calles polvorientas, escandalizaba a los atenienses masturbándose en el ágora. Era un insufrible, un vago y tenía una apariencia similar a la nuestro amado Cayetano Tinti. No obstante —desde que me embargaron la bicicleta por el malentendido con la tarjeta de crédito no puedo decir “sin embargo”—, las excéntricas costumbres del filósofo cuestionaron lo establecido y su crítica burlona cambió la sociedad. Tras la tenue luz de su lámpara va cobrando forma una pregunta. ¿Podrán los escándalos actuales hacernos despertar de nuestro sumiso letargo?

Diógenes de Sínope ha sido malinterpretado frecuentemente. Por ejemplo, se conoce como “síndrome de Diógenes” a la compulsión obsesiva por acumular objetos de poca utilidad. Quienes lo padecen, terminan convirtiendo sus casas en basurales. Sin embargo No obstante, el filósofo defendía lo contrario, es decir, el completo desapego a los bienes materiales. Vivía en un tonel —como muchos habitantes en el centro de Madrid— y sus únicas posesiones consistían en una manta, un zurrón, un báculo y un cuenco (que luego descartaría, por prescindible, al ver a un niño beber agua con sus manos). Su convicción lo hizo pasar de ser el hazmerreír de Atenas al antihéroe admirado por el mismísimo rey de todo el mundo conocido: “si no fuera Alejandro, sería Diógenes”, diría el Magno, probablemente afectado por los aromas anestésicos que emanaba nuestro amigo.
Hoy en día, debido a la pandemia, ha surgido una nueva generación de héroes. No, no son los de sanidad. Somos todos nosotros. Hemos colaborado manteniéndonos en casa, aplaudiendo en los balcones, minimizando las relaciones carnales y aborreciendo a la gente desagradable, pero nuestros modestos aportes no se igualan a la pureza intelectual ni a la humildad de Diógenes. Se intuyen enormes diferencias entre el onanismo simbólico en el ágora y quedarte en tu casa haciéndote pajas y viendo Netflix para luego jactarte de haber salvado al mundo, como ante mi pasmo he oído comentar por la calle a unos jóvenes. Cuidado, no está mal realizar un aporte positivo mediante un mínimo esfuerzo siempre y cuando aspiremos a algo más, especialmente cuando el escándalo comienza a tornarse ensordecedor.
Podríamos despertar por ese ruido, reaccionar ante el inquietante racismo aún vigente, enardecernos porque acusen al 8M de asesinar a media España mientras van en aumento los feminicidios en todo el planeta. Podríamos avergonzarnos ante las bochornosas «presuntas ilegalidades» de Juan Carlos I. Por supuesto, existe un pequeño grupo que no desea cambiar estos serios problemas. Pero este grupo es secundado por otro muchísimo más numeroso que hace eco a la falaz, sumisa y eterna frase comodín de que “hay cosas más importantes que resolver ahora mismo”.
¿Hay algo más importante a que no te maten? ¿Hay algo más importante a tener un ápice de dignidad, no rendir tributo a un rey impuesto y practicar alegremente el vasallaje? Si queremos heroísmos, luchemos por ideales nobles, en parte para dejarle a las próximas generaciones un futuro mejor, pero sobre todo para poder decirnos a nosotros mismos, antes de morir, que hicimos lo posible por actuar dignamente.
Juan Carlos no ha tenido una existencia ensombrecida por la pobreza ni la austeridad. Las únicas similitudes con Diógenes probablemente se manifiesten en la práctica de la autoexploración íntima y en haber madrugado muy poco. Aun así, tarde o temprano llegará su día final y deberá someterse a la misma prueba que todos, la del candil. ¿Podrá sentirse orgulloso de su vida? ¿Ha sido un hombre honesto?
Supongo que no. No creo que vaya a sentirse bien en su balance final. Pero en este mundo —que hemos salvado tan cómodamente desde casa— tan lleno de cobardes, conformistas, lameculos y pajilleros, todo apunta a que esa será la única condena que recibirá.
3 comentarios sobre “Las pajas de Diógenes, Juan Carlos y la dignidad”