Ariadna, abandonada por el guaperas de turno, yace en una solitaria cueva a orillas del Egeo. Desairada, con la autoestima por los suelos y sin material masculino a mano, piensa: ¿ahora cómo hago para echar un polvo?
Dada la semejanza con nuestras circunstancias actuales de coronavirus que nos condenan a mantener un confinamiento forzoso, una distancia social y a ser una paria si se te escapa un estornudo —un beso amoroso se ha transformado en una proeza inalcanzable— la pregunta de Ariadna cobra relevancia y merece, al menos, una pequeña reflexión.