En pleno día, bajo un sol abrasador, Diógenes de Sínope encendía su candil y emprendía una infructuosa búsqueda de gente honesta, digna. Vagaba dejando a su paso una estela fétida —al contrario que Casado, no era muy amigo de los baños—, atravesaba calles polvorientas, escandalizaba a los atenienses masturbándose en el ágora. Era un insufrible, un vago y tenía una apariencia similar a la nuestro amado Cayetano Tinti. No obstante —desde que me embargaron la bicicleta por el malentendido con la tarjeta de crédito no puedo decir “sin embargo”—, las excéntricas costumbres del filósofo cuestionaron lo establecido y su crítica burlona cambió la sociedad. Tras la tenue luz de su lámpara va cobrando forma una pregunta. ¿Podrán los escándalos actuales hacernos despertar de nuestro sumiso letargo?
Diógenes el Perro, harto de pedir lumbre y ser ninguneado, inventa el mechero portátil
Uno de los dilemas actuales que se les plantea quienes van a ser padres es el nombre que le pondrán a la criatura que ya se encuentra en camino. Cuestión que tiempo atrás apenas presentaba dificultad, pues se le ponía el del padre o del abuelo, si iba a ser un niño, o el de la madre o la abuela, si iba a ser una niña. Pero esta tradición prácticamente ha desaparecido, dando paso a aquellos nombres de personajes que aparecen en las series televisivas, o que suenan bien, o que no los tiene nadie o casi nadie. Y mira que esto último es difícil, aunque no imposible, como explicaré a continuación con un ejemplo.
P. Casado nos quiso transmitir con su fotografía frente al espejo un mensaje complejo. Diversos “periodistas”, bloggers (éstos sí que saben de la vida) y demás lumpen, incapaces de destejer los intrincados hilos entrelazados en ese tapiz de emociones, pueden haber dicho mucho, pero no lo suficiente. Creyéndose ingeniosos, se dedicaron a apuñalar el retrato con furia, demostrando un cinismo que sonrojaría a nuestro amado Diógenes. Estas opiniones superfluas —cuyos autores frecuentemente arrojan tras el cobarde escudo del seudónimo— no advierten el rico trabajo simbólico que, como se demostrará en un análisis más sosegado, alude casi sin lugar a dudas a la vida y obra de Heráclito de Éfeso.
Arriba, Heráclito pinchando en una rave. Abajo, en el baño de esa discoteca, su discípulo P. Casado lamenta su estreñimiento.
Hace poco un amigo me recomendaba ver el documental: ‘Assholes: a theory’ (Gilipollas, una teoría). Creo que era una indirecta. Comencé a verlo para mejorar mi autoconocimiento pero al poco me percaté de algo: los gilipollas ibéricos son únicos en su especie, imposibles de imitar, tan singulares como el toro de la Vega o tirar una cabra por el campanario. Una cabra haciendo paracaidismo tiene tan poca gracia como los gilipollas ibéricos pero son apreciados por su idiosincrasia.
Algunos de los más gilipollas del panorama nacional
Apalancado en el sofá, con varias cajas de cartón de envolver pizzas en la mesa de al lado, un montón de latas de cervezas vacías desparramadas a su alrededor, un vaso con un gin-tonic por terminar y su perro Angus tirado en el suelo rascándose como un desesperado, Rogelio pensó que aquello era un auténtico muermo, que no hay quien aguantara más sin salir a la carretera sin su Harley Davidson, con su chupa de cuero negro y disfrutando del rugir de la moto.
¿Que tienen en común terraplanistas, antivacunas, la fundación FAES y el pequeño Nicolás con sus colegas de cacerolada en el Barrio de Salamanca? Aparentemente nada, más allá de que son una panda de ‘freaks’. Sin embargo, son el desecho de esa parte de la sociedad que siente desdén por la ciencia y todo lo que implica: priorizar la duda ante la certeza y los hechos empíricos frente a las fantasías. Lo importante para esta gente no son los hechos sino convencer.
En 2013 un estudio científico indicaba cómo los aplausos se contagian en un grupo de personas de forma semejante a la de un virus, hasta que todos los individuos quedan infectados y con las palmas al rojo vivo. También, que pasado un tiempo se genera un efecto de inmunidad y rápidamente la gente se serena, vuelve a su rutina, sigue adelante con sus insignificantes vidas. ¿Ocurrirá lo mismo con los aplausos de las tardes?
Díaz Ayuso, sorprendiendo nuevamente al mundo al pedir aplausos durante un minuto de silencio
Se denomina ‘false friends’, falsos amigos, a esos términos en lengua inglesa que parecen designar una cosa pero en realidad es otra; una mala traducción porque el término se parece más a otra palabra. Por ejemplo, ‘sensible’ no significa sensible sino sensato ni ‘embarrased’ embarazada, sino avergonzada. Así, hay quien puede interpretar la frase ‘es sensata y no se avergüenza por lo que hizo’ como ‘es sensible y no se quedó embarazada por lo que hizo’. Que cada cual imagine contextos donde esto puede conducir a un equívoco mayúsculo y enfrentamiento violento.
Entre mis cometidos actuales está la paternidad. En breve me veré abocado a explicar el significado de las cosas y su por qué. Ardua tarea, pero también mi hijo me relevará de otras no menos indeseables como limpiarle el culo o sonarle la nariz. Enseñar el procedimiento es sencillo, el problema son las preguntas como ¿por qué hay que sonarse la nariz? o ¿por qué no me puedo limpiar el culo con la bandera del balcón del vecino?
En estos tiempos de coronavirus la gente guapa —qué subjetivo y, al mismo tiempo, qué preciso y aborrecible es el término—, como siempre, no tendrá problemas al respecto. Subirán sus perfiles a las aplicaciones móviles y pronto tendrán una cola de personas dispuestas a arriesgar la salud con tal de compartir la noche con los dueños de esas fotografías enmarcadas por playas balinesas.