Agustín de Hipona

“Odio el feminismo. Es veneno”, es una de las frases atribuidas a Margaret Thatcher, quien fuera primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990. A quien conozca la trayectoria de esta mujer no puede extrañarle que odiara a las feministas, porque odiaba también a los obreros, con especial inquina hacia los mineros que le plantaron cara con una huelga general, y menospreciaba a un tercio de la población que decía que sobraba.
Pero no voy a hacer un recorrido por trayectorias de mujeres políticas para las que, paradójicamente, el feminismo es un mal social que tendría que desaparecer; sino que quisiera centrarme en aquellas que han teorizado en contra de este movimiento que se ha mundializado y que ya resulta imparable en las transformaciones de la sociedad en la que vivimos.
Y nada mejor que comenzar por la escritora argentina Esther Vilar, cuyo libro El varón domado, publicado en la década de los setenta, se convirtió en todo un éxito, al plantear que de ningún modo la mujer está en situación de inferioridad con respecto al hombre, al tiempo que tampoco se encuentra oprimida a través de una estructura social como es el patriarcado, sino todo lo contrario: son las mujeres las que controlan las vidas de los varones, dado que estos están sometidos a sus caprichos y necesidades por medio de chantajes como puede ser el sexual.
Puesto que la escritora argentina, de origen y nacionalidad alemana, comprobó que sus tesis eran recogidas por los medios de comunicación con gran alborozo, siguió insistiendo en ellas a través de El varón polígamo (1974), hasta llegar a la publicación de Católicas del mundo, uníos (1994), cuyo título parafraseaba el famoso lema de Karl Marx y Friedrich Engels con el que terminaban El Manifiesto Comunista: “¡Proletarios del mundo, uníos!”.
Con el título de esa obra, empezamos a ver “de qué pie cojeaba” la escritora argentina, por lo que comenzó a ser el antecedente de lo que posteriormente el clero ultraconservador y la extrema derecha empezó a llamar como “la ideología de género” (sobre el que ahora no hablaré pues esta invención merecería un artículo aparte).
Siguiendo la estela del antifeminismo de algunas mujeres, comprendemos que suele existir una ligazón política y social de la extrema derecha o la clerical. No es de extrañar que décadas después, en 2013 apareciera en nuestro país el primero de los dos libros de la periodista Costanza Miriano con el título de Cásate y se sumisa, publicado por el arzobispo de Granada Javier Martínez.
A este libro le siguió otro con el suculento título de Cásate y da la vida por ella, que como es posible imaginar iba dirigida a los hombres (muy católicos, por supuesto).
Ni que decir tiene que los propios títulos eran auténticas declaraciones de principios, abogándose por un modelo masculino y femeninos arcaicos, que son los que predominan en los grupos integristas nacidos en el seno de la Iglesia católica (Opus Dei, Camino Neocatecumenal o kikos, Comunión y Liberación, Legionarios de Cristo).
Dado que deseaba saber directamente lo que decía Costanza Miriano, pues quería escribir sobre ellos, adquirí ambos libros. No salía de mi asombro de lo que podía decirse en ellos. Era como retroceder al pensamiento más fosilizado que uno podía imaginar. Pero claro, Miriano se basaba en las cartas de San Pablo a los primeros cristianos para darle un valor carismático a todos sus dislates.
Para que entendamos los ‘sabios’ consejos de la periodista italiana, seleccionaré a modo de ejemplos algunos párrafos de su primer libro.
“Normalmente, mi respuesta a cualquier problema es una de las siguientes a elegir: tiene razón él; cásate con él; ten un hijo; obedécelo; ten otro hijo; vete a vivir a la misma ciudad que él; perdónalo; intenta comprenderlo; y por último, ten un hijo”.
Una parte del libro está narrado como si ofreciera recomendaciones a algunas (supuestas) amigas que se habían dirigido a ella para que les ofrecieran sus ‘sensatos’ consejos:
A la atribulada Mónica le dice lo siguiente: “Renunciar a toda pretensión por la felicidad del otro es algo que cura cualquier herida” y “El matrimonio es divertido y natural”.
Livia y Laviana recibirían, entre otras, estas dos respuestas: “Nosotras somos muy distintas de los hombres, ni siquiera somos iguales en oportunidades. No somos iguales para nada, y no reconocerlo es fuente de seguro sufrimiento” y “Nuestra identidad… es la acogida. El feminismo ha negado tal cosa… [por eso, las feministas] están tristes, furiosas, amargadas, resentidas, celosas”.
No faltaban sus alabanzas al ‘sexo fuerte’, por lo que a Marco le escribió: “A decir verdad, a mí, los hombres que tienen opiniones pétreas y las transmiten de forma tajante y valiente, me gustan muchísimo”.
A su amiga Ágata le indica: “La mujer necesita al hombre, no puede pasar sin él si quiere encontrar su identidad”. También, “La mujer lleva inscrita la obediencia en su interior; el hombre, en cambio, lleva la vocación de libertad y de la guía”. Cerraba con esta perla teológica: “La obediencia se ha hecho necesaria a causa de nuestra naturaleza herida, por el pecado original”.
Que nadie piense que aboga por el masoquismo cuando a su amiga Margherita le comenta: “Ante el hombre que hemos elegido demos un paso atrás”. O también, “La mortificación nos gusta porque es para alcanzar un bien mayor”, “En caso de duda, obedece. Sométete con confianza”, para cerrar con este maravilloso pensamiento: “[La mujer es] El reposo del cazador”.
Por último traigo dos consejos para su amiga Cristiana: “No estamos hechas para el poder, y las mujeres que llegan a alcanzarlo, con frecuencia acaban enfurecidas”, y también, “¿Las mujeres se vuelven malas cuando llegan al poder, o llegan a él porque ya eran malas antes?”.
Para cerrar, quisiera decir que es difícil salir vivo de la lectura de los libros de Costanza Miriano. Y si alguien piensa que es como trasladarse a la Edad Media, se equivoca, dado que son libros recomendados por jerarcas de la Iglesia para combatir, tal como he apuntado, la “ideología de género” que está pervirtiendo las mentes de las chicas jóvenes que, desorientadas, son presa fácil de esas feministas “tristes, furiosas, amargadas, resentidas y celosas” que tanto abundan en esta sociedad que ha perdido la fe en las raíces de la espiritualidad que ellos predican.