Fortunata Wolf
En esta maravillosa época que nos ha tocado vivir de la posverdad, no solo es suficiente, sino necesario, alinearte con una ideología determinada para contar con una serie de defensores o detractores. No cabe ya más una postura intermedia, pues la verdad universal se alinea siempre en un lado o en el otro.
Resulta notorio que el término “feminismo” produce en sus receptores diferentes reacciones. Es curioso comprobar cómo un lema con tan solo una acepción en el diccionario sea capaz de generar tan grandísimas diferencias de percepción.

¿A qué se debe? ¿Por qué muchas mujeres –u hombres – se consideran “feministas, pero”, o simplemente el término les produce tal repudio que les llega hasta a provocar el vómito? ¿Qué dice el diccionario? Pero, ante todo, ¿qué dice la historia?
Me parece una soberbia estupidez hablar de, por ejemplo, el faraón Hatshepsut, como una de las primeras feministas de la historia. Recordemos que la reina-faraón gobernó Egipto durante la dinastía XVIII, desde el año 1490 al 1468 a.d.n.e. Hija de Tutmosis I y esposa de Tutmosis II, a la muerte de este apartó a su hijastro del gobierno y reinó con atributos femeninos y masculinos, dependiendo de su conveniencia, durante un periodo esplendoroso en Egipto. No ha de sorprender, sin embargo, que a su muerte, Tutmosis III (el hijastro y sobrino), eliminase cualquier referencia a su reinado. Entre los muchos logros de la reina faraón Hatshepsut no leo, sin embargo, ningún intento de equiparación de derechos de hombres y mujeres.
Tampoco los he comprobado en las obras de ninguna mujer (que las hubo y muchas) de la fantástica democracia griega. De hecho, Aristóteles y Platón consideraban a estas inferiores. Solo Hiparquía, de la escuela cínica, se dedicó a una tarea tradicionalmente varonil, la filosofía, pero sin ningún ánimo de servir como ejemplo.
Y entre las muchas mujeres famosas que dio el Imperio Romano, tampoco ninguna se caracterizó por ese afán por la igualdad de derechos. Más al contrario, cuando alguna destacaba, resulta llamativo el esfuerzo de los historiadores por resaltar las cualidades más siniestras de dichas mujeres. Pregúntenle si no, a Agripina, madre de Nerón; Livia, esposa de Augusto, Cleopatra (¿necesita ser descrita como amante de Julio César y Antonio?), entre una larga lista de ambiciosas, conspiradoras, manipuladoras, o simplemente asesinas.
En realidad, no se puede hablar de feminismo tal y como lo entendemos ahora (absténgase de opinar filósofos de la posverdad) hasta el siglo XVIII. De hecho, la palabra fue incorporada al diccionario en el siglo XIX, en este caso, el francés. Sin embargo, los teóricos no se ponen de acuerdo sobre quién fue el inventor del neologismo, si Alejandro Dumas hijo (féminisme), en un panfleto realmente feminista, Mina Kruseman (la que escribió esa carta a Dumas) o Charles Fourier. Como vemos, concepto y término suelen ser cronológicamente coincidentes. De la misma manera que no podemos hablar de genocidio lo acaecido en la conquista de América a partir del siglo XVI, pues el término fue acuñado en 1944 por Raphael Lemkin basado en el Holocausto. Quien a causa de estas líneas se sienta ofendido, le remito al presentismo o teoría que pretende juzgar con instrumentos y pensamientos del presente lo acontecido en el pasado.
¿Debería, según nuestra lógica (también culturalmente afectada), haber habido ya algún intento anterior al siglo XVIII especialmente inclinado hacia equilibrar la balanza de los derechos entre los hombres y las mujeres? Desconozco este extremo, al que quizá una investigación académica más profunda podría arrojar más luz, pero de momento me conformo con saber que la esclavitud, en muchos países, no fue abolida hasta bien entrado el siglo XX, por poner un ejemplo comparativo de igualdad de derechos humanos.
Con esta introducción, quisiera dejar patentes algunas conclusiones:
– Que el feminismo no es una corriente que siempre haya existido, sino que comenzó a desarrollarse a partir del siglo XVIII
– Que quizá no se desarrolló antes por las trabas que los hombres poderosos les pusieron a las mujeres, sobre todo desde el punto de vista histórico.
– Que las mujeres que intentaron destacar, en realidad lo que destacó fue su lado más maquiavélico (por adjetivar de manera presentista).
Vayamos a la lingüística pura y dura:
Según el diccionario de la R.A.E., “feminismo” tiene dos acepciones:
1. Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.
2. Movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo.
La primera vez que apareció este terminó en el diccionario español fue en la edición de 1914, y decía así: “Doctrina social que concede a la mujer capacidad y derechos reservados hasta ahora a los hombres”, cambió en 1992 para introducir la segunda acepción y solo a partir de 1917 la palabra “feminista” se validó, como “partidario del feminismo”.
Veamos qué dice el diccionario sobre “machismo”, que por cierto, apareció por primera vez en 1984:
1. m. Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres.
2. m. Forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón.
Como vemos, feminismo y machismo no son términos opuestos. Feminismo no se define como “actitud de prepotencia de las mujeres respecto de los hombres”, ni “forma de sexismo caracterizada por la prevalencia de la mujer”. Feminismo no es sinónimo de sexismo, mas al contrario, se encuentra en el terreno de los derechos humanos. Si se quiere, “feminismo” y “machismo” pertenecen a campos semánticos opuestos, aunque sus significados no son antónimos.
Entonces, ¿qué ha ocurrido con el término “feminismo” para que surjan tantas connotaciones negativas a su paso?
Por ejemplo: “Bueno sí, soy feminista, pero no una feminista radical”
¿Qué es el feminismo radical? Según la Wikipedia, “El feminismo radical es una corriente dentro del movimiento feminista que sostiene que la raíz de la desigualdad social es el patriarcado, definido como el sistema de opresión del hombre sobre la mujer. Esta corriente exige un reordenamiento radical de la sociedad en el que se elimine la supremacía masculina en todos los contextos sociales y económicos, al tiempo que se reconoce que las experiencias de las mujeres también se ven afectadas por otras divisiones sociales como la raza, la clase y la orientación sexual.”
Bueno, ya empezamos con las palabritas. “Patriarcado” también provoca un rechazo absurdo, básicamente porque se asocia con la existencia de un ente inventado que planea como una nube sobre todos nosotros, por invención de estas “feministas radicales”. El problema, como siempre, está relacionado con la creencia de bulos y la falta de lectura. Según Yuval Noah Harari, el autor de Sapiens (por citar a un hombre, que seguro que imprime más autoridad a la argumentación, y además judío, solo por molestar a los voxtantes) el origen de esta desigualdad no está basado en aspectos biológicos sino más bien en verdades infundadas[1].
Perdonadme si no creéis, como yo, que la historia de la humanidad ha sido (y sigue siendo) dominada por hombres, y escrita por hombres. Perdonadme si creéis, al contrario que yo, que ha sido culpa de la mujer no haber roto sus cadenas porque estaba más cómoda[2] (al igual que los judíos que nunca se sublevaron en los campos de concentración, o los negros en los campos de algodón, o los indígenas en las encomiendas). Perdonadme porque entonces tendremos un problema de entendimiento de raíz y os sugiero que no sigáis leyendo.
“Bueno, es que yo no quiero que la mujer tenga más derechos que el hombre”. Por favor, buscadme tal doctrina y presentádmela. Yo la desconozco, aunque seguro que la hay. Sin embargo, solo por la existencia de grupos subyacentes y minoritarios, se empaña el trabajo grandioso de las miles de mujeres que se han dejado la vida por defender vuestros derechos o por conseguir los que ya tenéis. ¿O es que los derechos se han ido ganando pidiendo las cosas por favor? Me imagino a los obreros de finales del siglo XIX pidiendo a sus gobernantes por favor que les dejaran el domingo libre, que sus jornadas fueran de menos de 18 horas diarias, que pudieran ausentarse por enfermedad o que se prohibiera el trabajo infantil (¡Qué comunistas!)
Lo que quiero decir con esto es que quizá no sea necesario poner cócteles molotov en las manifestaciones, pero en estas no se llama la atención si no se va con el pecho descubierto, por ejemplo, o no se grita mucho. Sin embargo, y tristemente, todavía hay personas, y muchas de ellas son mujeres, que proscriben a las gritonas y las exhibicionistas, porque piensan que “son feministas radicales”, sin saber ni siquiera lo que significa esa doctrina, ni que gracias a estas, que se dejan la garganta y la dignidad para que las mujeres podamos seguir disfrutando de nuestros derechos trabajosamente ganados y conseguir muchos más que aún nos son vedados.
¿Quién está detrás del mancillamiento de la palabra “feminista”, para que muchas mujeres, y sobre todo, pero no limitado, las menos letradas, no se sientan identificadas con ella? ¿Qué pasa si contestamos que es posible que sea el “patriarcado”? Como vemos, el problema tiene un origen terminológico, porque la siguiente frase, que define al feminismo radical, no tendría el mismo efecto:
“El hombre siempre ha tenido, a lo largo de la historia, más derechos que la mujer, a la que ha dominado debido a esta desigualdad, por lo que la mujer debe luchar contra esa opresión para poder conseguir igualdad de derechos”.
Por favor, quien no se identifique con esta frase, que tire la primera piedra.
[1] “History of gender [is] so bewildering. If, as is being demonstrated today so clearly, the patriarchal system has been based on unfounded myths rather than on biological facts, what accounts for the universality and stability of this system?” (Sapiens, 203).
[2] El feminismo amazónico pregona este extremo. Ver https://diogenespaja.org/2020/10/27/el-feminismo-amazonico-o-como-tirar-piedras-contra-tu-propio-tejado/
Leyendo el artículo me vino a la mente un sentido de ‘radical’ que la RAE abandonó. Hace unos años el término ‘radical’ contenía la acepción de pensamiento político vinculado a transformaciones democráticas. Estaría bien averiguar cómo consultar versiones de la RAE pasadas y tener el significado literal de entonces.
El partido Republicano Radical fue uno de los principales durante la Segunda República. Si bien era republicano y anticlerical, estaba más bien escorado a la derecha. El partido Radical de Italia también era anticlerical y propugnaba el social liberalismo. Para hacernos una idea de su programa, en España lo quiso introducir Fernando Savater. En América Latina los partidos denominados radicales apuestan por una mezcolanza entre el nacionalismo y la socialdemocracia.
Cuando comienza a usarse el término de feminismo radical se asocia a este tipo de pensamiento liberal, centrista, socialdemócrata. El radicalismo político afirma que existen contradicciones de base como el patriarcado, el clero, el capitalismo, etc, pero no aspira a una transformación revolucionaria sino que, a través del intervencionismo y el pacto social, puedan revertirse de forma pacífica. En mi opinión, casi cualquier persona que apueste por el consenso y la igualdad social puede adherirse al feminismo radical.
El feminismo radical tiene la tarea de la lucha filosófica contra siglos de construcción de un armazón intelectual que sostiene el patriarcado. Kate Millet, Celia Amorós o Amelia Valcárcel son ejemplos de esa lucha intelectual. En ese sentido, uno no puede dejar de reconocer un talante ilustrado en el feminismo radical.
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Tenemos varios en la web de la RAE. Sin duda, el mejor (mientras no esté completo el Nuevo Diccionario Histórico) es https://webfrl.rae.es/ntllet/SrvltGUILoginNtlletPub, o el Nuevo Tesoro Lexicográfico (http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.) donde se puede encontrar cada lema en sus distintas versiones, por orden cronológico desde la publicación del Diccionario de Autoridades (1737). En el caso de «radical», solo en las versiones de 1780 y 1825 existe otra acepción diferente a las actuales: «Fundamental ó [sic] principal en su línea), y su sentido político lo introduce en 1899 con «Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático».
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Excelente artículo, Fortunata, que merece ser leído despacio. Por otro lado, como Diógenes, te responde, con bastante nitidez, exponiendo los significados de “radical” (aunque podría también hablarse del uso que habitualmente se realiza de este término, pero me temo que nos alargaríamos demasiado), en mi caso quisiera apuntar un tema que considero inquietante: las declaraciones que realizan algunas mujeres antifeministas y que viene en ayuda de una parte significativa de la población masculina que considera que el feminismo es ‘antinatural’ y que va contra la familia (tradicional, claro).
Por mi parte pienso realizar un artículo partiendo de la escritora argentina Esther Vilar cuyo libro “El varón domado” fue un exitazo en los años setenta. No me olvidaré de la periodista italiana Costanza Miriano, cuyos dos libros, “Cásate y sé sumisa” (dirigido a la mujer) y “Cásate y da la vida por ella” (dirigida al hombre), tuve la santa paciencia de leerlos puesto que merecía la pena irlos desmenuzando página a página.
Y ahora llega la francesa Camille Paglia con esta perla: “Los hombres se han sacrificado y lisiado a sí mismos física y emocionalmente para alimentar, alojar y proteger a las mujeres y niños. Ninguno de sus sufrimientos es registrado por la retórica feminista, que retrata a los hombres como explotadores, opresivos e insensibles”.
Bueno, Fortunata, como verás Camille Paglia os retrata como auténticas arpías… ¡Ah!, y se le olvida que hay hombres también feministas.
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Camille Paglia, autora de la frase que he citado al final del escrito, es estadounidense; no su homóloga francesa.
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