La importancia de llamarse Cayetana

Agustín de Hipona

Uno de los dilemas actuales que se les plantea quienes van a ser padres es el nombre que le pondrán a la criatura que ya se encuentra en camino. Cuestión que tiempo atrás apenas presentaba dificultad, pues se le ponía el del padre o del abuelo, si iba a ser un niño, o el de la madre o la abuela, si iba a ser una niña. Pero esta tradición prácticamente ha desaparecido, dando paso a aquellos nombres de personajes que aparecen en las series televisivas, o que suenan bien, o que no los tiene nadie o casi nadie. Y mira que esto último es difícil, aunque no imposible, como explicaré a continuación con un ejemplo.

portada

 

Ya sabemos que desde hace unos años en nuestro país no es necesario acudir a los que aparecen en el amplísimo santoral cristiano, por lo que es posible ponerle al retoño el nombre que se desee. Pues bien, no hace mucho, una alumna que tenía que hacer las prácticas en un colegio me indicó en la clase que allí escuchó el de un niño que le llamó mucho la atención.

“¿Y cuál era ese nombre?”, le pregunto con cierta curiosidad. En ese momento se pone de pie para que la oigan también sus compañeros y dice: “Pues se llamaba Iloveny”.

Como no termino de entender lo que nos ha dicho, me acerco a la pizarra para escribirlo a partir de cada una de las letras que le pido me las vaya dictando.

Una vez que lo he acabado, me separo para mirarlo con detenimiento. Me quedo pensativo, ya que me suena bastante, creo que relacionado con una marca o con un eslogan. Al momento se me alumbra el piloto. “¡Claro! ¡Ya está! ¡Pero si eso es la contracción de ‘I love New Yok!”, suelto de forma espontánea.

Al momento le aclaro a la alumna y al resto de la clase que el nombre de Iloveny se obtiene a partir de la frase, transformada posteriormente en logotipo o marca, y que fue creada el diseñador estadounidense Milton Glaser como promoción de la famosa ciudad de los rascacielos.

Pero, claro, esto de llamar a la criatura con un nombre extraído de un logotipo para destacarse es propio de los plebeyos, de gente ordinaria y sin clase, que tanto abunda en estos tiempos. Como todos sabemos, la aristocracia, la gente de bien, de ningún modo acude a nombres vulgares y corrientes, ni a semejantes ordinarieces, pues ellos tienen los suyos propios, aquellos que se transmiten de generación en generación, como los títulos que han acumulado y que con tanto sudor se los han ganado trabajando.

Así, por ejemplo, llamarse Anastasia, Alejandra o Cayetana te remiten inmediatamente a emperatrices, duquesas o marquesas, es decir, a gente de sangre azul. Sí, sí, de sangre azul, porque, aunque no lo creamos, hay personas tan distinguidas que por su sistema circulatorio corre la sangre de este color. De ninguna manera su sangre es roja, color vulgar y detestable del que era necesario diferenciarse claramente.

De este modo, si, por ejemplo, perteneces a la nobleza y has recibido el nombre de Cayetana, te puedes inmortalizar haciéndote retratar con los pinceles del insigne Francisco de Goya, con tu vestido blanco inmaculado, con tu caniche al lado y con un peinado que para sí lo hubiera querido la mismísima Amy Winehouse.

Nombres tan selectos traspasan el tiempo, de modo que si, en la actualidad lo portas, ese apelativo te hace única y singular en la piel de toro, por lo que no es necesario que se añada ningún apellido para que te reconozcan. Y como en la actualidad hay que acercarse al populacho, puedes encontrarte en el hemiciclo del Congreso y hablar con todo el desparpajo del mundo. Así, con el mentón subido, la mirada fija, como perdonando la vida a medio mundo, sin pestañear y apuntando con el dedo, le puedes llamar, por ejemplo, ‘terrorista’ al primero que ose elevarte el tono de voz. ¡Faltaría más!

Lógicamente, esto lo puedes hacer si tienes un nombre muy lleno de sangre azul. Sangre tan preciada que resulta ser intransferible, por lo que no la puedes donar a nadie a menos que pertenezca a la muy añeja y escueta monarquía europea o a ese núcleo tan selecto que forman las marquesas del suelo patrio.

¡Pero, cuidado!, como los plebeyos son gente tremendamente envidiosa de la gloria y las fortunas ajenas, yo aconsejaría a las Cayetanas hispanas que patentaran su nombre para que no estuviera al alcance de cualquier cajera de Mercadona, porque sería imperdonable que se llegara a semejante bajeza.

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