Sergio W. Tenis
En 2013 un estudio científico indicaba cómo los aplausos se contagian en un grupo de personas de forma semejante a la de un virus, hasta que todos los individuos quedan infectados y con las palmas al rojo vivo. También, que pasado un tiempo se genera un efecto de inmunidad y rápidamente la gente se serena, vuelve a su rutina, sigue adelante con sus insignificantes vidas. ¿Ocurrirá lo mismo con los aplausos de las tardes?

El festejo de las ocho cumple más funciones que las de agradecer a quienes valientemente nos cuidan. También nos entretiene, nos brinda una tarea en esta fotocopia de vida en la que para muchos se ha transformado el día a día. Para aquellos a los que el virus les ha robado el trabajo, los ahorros y las posibilidades de echar un polvo, para todos aquellos que ya han perdido el norte, la ceremonia sirve de brújula, indicando un angosto camino a seguir. Nos conduce a refugiarnos en el calor del grupo, en la protección de la manada.
Esta comunión, alimentada por el miedo, nos ha hecho presa fácil de la manipulación y de los bulos. Desesperados, sacamos a puñados los guantes gratuitos del supermercado y, ya que estamos ahí, amenazamos a las trabajadoras. Incluso nos desquitamos con las mismas personas a las que aplaudimos. Hemos jugado a ser vigilantes de la calle fotografiando a los sospechosos de estar paseando ilegalmente. Continuamos aplaudiendo hasta que se nos parten los dedos, porque eso es mejor que aburrirse mucho, muuuucho, como le ocurría a la vicealcaldesa de Alicante.
Resistiré, gritan mis vecinos al poner a toda pastilla la canción.
No se refieren al virus, ni a sus terribles consecuencias en otros ámbitos sino a lo otro, a la dificilísima prueba a la que nos está sometiendo esta prisión domiciliaria. El segundero se arrastra con increíble pereza. Intentamos ignorarlo, torturándonos mediante algo llamado abdominales hipopresivos frente a la televisión —ante los pasmados ojos espías de los vecinos— o creando un blog para publicar nuestros desvaríos. Hacemos lo que sea necesario para no pensar, para postergar el momento de introspección, para evitar mirarnos largamente por dentro. Porque si te miras mucho tiempo en el espejo, la persona del otro lado puede dejar de agradarte.
¿Cuánto tiempo más durarán los aplausos?
Poco. Una vez promocionemos de fase y olvidemos nuestro tenebroso reflejo, esa catarsis resultará innecesaria.
Sí, por supuesto, un puñado de vecinos entusiastas intentará la reconquista. Pero al salir al balcón se sentirán ridículos y solos, como cuando aplaudes demasiado pronto en una jam y te quedas mirando alrededor, desconcertado, con la cara roja de vergüenza y las palmas heladas. Volverán a entrar a sus casas cabizbajos, confundidos, y entonces todo habrá acabado. Poco después se olvidarán del virus y votarán a políticos que no creen que una sociedad avanzada en ciencia, educación y sanidad es la que genera una economía saludable, sino lo contrario. La prioridad será la de siempre, enarbolar las telas del oro recubierto con sangre.
El coronavirus nos ha acorralado y nos hemos defendido ferozmente, embargados por la desconfianza, el pánico y el odio. Estará en cada uno, una vez recuperemos la individualidad, reaccionar con empatía y con solidaridad. Con amor, que también es contagioso.
Aunque los aplausos hace ya algún tiempo que desaparecieron (al menos en el barrio en el que vivo) no viene nada mal un interesante escrito como el que nos ofreces, partiendo de un artículo que investiga acerca de este fenómeno. No voy a cuestionarlo, pero quiero apuntarte, Tenis, que me sorprende que para conocer los motivos, las emociones y las respuestas que damos los humanos ante este hecho social se acuda investigaciones experimentales y cuantitativas. Por mi trabajo, también abordamos las investigaciones cualitativas en las que abordamos las razones más íntimas de los sujetos investigados.
Una pregunta un tanto provocadora: ¿Me tengo que incluir dentro de esas gráficas cuando acudí a poner un bafle en la terraza de mi casa y a todo volumen para toda la gente del barrio, de modo que escuchábamos música de los más diversos estilos habidos y por haber?
Lo cierto es que disfruté (disfrutamos) enormemente escuchando a alto volumen y en el silencio de la noche aquellas canciones (fueron en total unas 400) que yo oía privadamente en mi casa. ¡No se me olvidará ese par de meses!
Sobre esta experiencia, te puedo decir que escribí un par de artículos («Dj de barrio» y «Devuélveme el rosario de mi madre») y los publiqué en los diarios digitales en los que escribo.
No me alargo más, pues me conozco. He de felicitaros a ambos, discípulos de Diógenes de Sinope, por lo que espero que tengáis un largo recorrido en vuestra aventura literaria. ¡Habéis comenzado con buen pie!
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Querido Aureliano, encantado de leerte.
Más allá de las especulaciones, hay quienes han quedado devastados por el cambio de una vida ajetreada al encierro, posiblemente por el contraste con su vida rutinaria. A otros no les ha supuesto un gran drama.
Algunos se han dejado dominar por el pánico y por las consecuencias del mismo. Otros han intentado crear un mejor ambiente, aliviar esta situación inesperada. Me da la impresión que estás en esta última categoría por cómo lo explicas en tus artículos.
Esta entrada buscaba una explicación al fenómeno de los aplausos y cuestionaba los motivos destrás de ellos. La pregunta puede ser incómoda, pero seguramente Diógenes la haría, farolillo en mano, evaluándonos con todo su cinismo. Nosotros, sus discípulos, no podemos hacer menos.
Te agradecemos el interés y tu deseo por nuestro largo recorrido de esta aventura literaria. Esperamos seguir recibiendo tus visitas y tus comentarios.
¡Un abrazo!
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